SANTA APOLONIA, MITOS Y LEYENDAS
Quien tenga la oportunidad de visitar en algún momento la hermosa ciudad de Cajamarca, en la región del mismo nombre, no podrá regresar a si casa sin subir antes el famoso cerro o colina de Santa Apolonia, sobre el apu tutelar de esta localidad. Llegar hasta la última morada de Atahualpa, a 14 horas de viaje desde Lima, sin sentarse en la “Silla del Inca”, sería imperdonable.
Y aunque resulte un tanto
fatigoso (se recomienda descansar unas horas antes para evitar el mal de
altura), hay en sus interminables escalones varios descansos con tiendecitas de
artesanía y un mirador a medio camino, ideal para los “selfies”.
Pero Santa Apolonia, a 2764
metros sobre el nivel del mar (500 metros sobre la ciudad), es algo más que un
bonito monte desde donde se puede divisar todo Cajamarca. Es una seguidilla de
acontecimientos donde se resume el paso del hombre por estos parajes desde hace
más de mil años antes de Cristo hasta la actualidad.
El cerro de Santa Apolonia,
conocido antiguamente con el nombre Rumi Tiana o "Asiento de Piedra",
fue ocupado anteriormente por los Chavín y los Incas, antes que los cristianos
españoles que lo transmutaron de adoratorio “pagano” a templo católico.
HUACA Y FORTALEZA
Se dice que tras la llegada de
los incas habría adoptado la denominación de Inca Conga, que provendría de Inca
Cunca (Cuello del Inca). Sobre sus usos, antes y después de los seguidores de
Atahualpa, se afirma que fue utilizado como una fortaleza natural y al mismo
tiempo como una huaca, según da fe el cronista Jerez en 1532, año en el que los
españoles conquistaron y sometieron al último soberano del imperio del sol.
También se da cuenta que el cerro
tendría cámaras subterráneas (tumbas levantadas por la cultura Chavín en 1200
a.C.) que hoy se mantienen cubiertas y la prueba de su carácter ritualista está
en que hasta hace pocos años todavía podían encontrarse fragmentos de ceramios
a lo largo de la cuesta, señal de los pagos efectuados por los antiguos a la
madre tierra o pachamama.
Durante la colonia, los
sacerdotes franciscanos decidieron edificar una ermita a la Virgen María, cuya
advocación se adjudicó a Santa Apolonia. En la actualidad, a unos dos tercios
de la cuesta, se erige la capilla de la Virgen de Fátima, por cuya zona lateral
se ingresa al último tramo hacia la denominada “Silla del Inca” (todo por un
simbólico sol como costo de la entrada).
Para llegar a la cima, se puede
iniciar el ascenso desde la misma Plaza de Armas. También, para comodidad de
muchos visitantes, se puede llegar en taxi, detrás de la cumbre, y desde allí
solo basta con bajar las escalinatas hasta la plaza. Por lo demás, cada 13 de Mayo
la pequeña capilla de la virgen de Fátima se viste de gala para su fiesta anual.
¿SILLA DEL INCA?
Sobre la "Silla del
Inca" también hay mucho que decir. Normalmente, se señala que los dos
grandes bloques de piedra, nacidos del mismo promontorio, en la cúspide, fueron
esculpidos por los incas para que Atahualpa pudiera divisar toda la comarca y
controlar desde allí sus posesiones.
Sin embargo, el profesor Julio
Sarmiento ilustra que esas piedras son propias de cultos propiciatorios de
ídolos, por lo tanto, no serían el asiento del soberano. Sustenta su tesis en
la posición del respaldar de esta rústica poltrona, de espaldas en realidad
hacia lo que hoy es la Plaza de Armas.
Una leyenda también cuenta que
hace muchos años Cajamarca sufrió los embates de una lluvia descontrolada.
Entonces, providencialmente la Virgen María salió de la iglesia San Francisco y
subió al cerro Santa Apolonia para proteger a la población con su manto.
La prueba de tal prodigio sería
el testimonio del cuidador de la iglesia, quien luego del acontecimiento, tras
dar aviso al sacerdote, comprobó con él que la imagen de la virgen tenía el
manto mojado y los pies llenos de barro.
Por tal razón, en 1954, los
fieles junto con el padre Peralta, construyeron la capilla dedicada a la Virgen
de Fátima. Santa Apolonia pues, reúne historias y leyendas, especulaciones y
certezas, lo importante en realidad es subir la ladera, sentarse en la llamada
Silla del Inca y tomarse una foto dominando el panorama, sintiéndose por un
momento como todo un soberano, un Hijo del Sol.
Actual sede de restaurante El Mestizo.
Texto y fotos: Revista Turística Perú Inka (Derechos Reservados).
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